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miércoles, 20 de febrero de 2013

JERUSALEM

JESUCRISTO...


 

Jerusalén en tiempos de Jesús

Hebreo: Yerusalaym
Jerusalén es la ciudad judía por excelencia. Todos los ojos y los anhelos de cualquier judío, viviese éste donde viviese, estaban puestos en su ansiada ciudad santa. Jerusalén estaba situada en tiempos de Jesús en lo que fue la provincia romana de Judea, que primero perteneció a un rey súbdito de Roma y luego pasó a ser dirigida por un procurador. Jerusalén ocupaba una situación más bien hacia el sur con respecto a todo el territorio judío. Políticamente la provincia de Judea y demás provincias judías estaban sometidas a la autoridad del gobernador de la provincia de Siria y dependían de ella.

La climatología

En Jerusalén, que se encuentra a 740 m sobre el nivel del mar, la temperatura media anual es de 16 grados. La media de enero gira en torno a los 10 y la de agosto en torno a 27. Prácticamente nunca baja de cero, pero no es infrecuente que en verano, sobrepase los 40. Nunca nieva. Pero las precipitaciones no suelen ser raras, y se prodigan en los meses de enero y febrero, y esporádicamente, el resto de meses excepto en verano. Sin embargo, a los judíos, mucho más que el calor o el frío, lo que les preocupaba era el viento. En primavera era frecuente el sherquijje, una especie de siroco o viento cálido del este, y también el khamsin, aunque más común en verano, o simún del desierto, procedente del sureste. Ambos eran de una especial peligrosidad para las personas, los animales y las cosechas.
La ciudad actual y la ciudad en la época de Jesús
La ciudad actual de Jerusalén, a pesar de ser uno de los centros turísticos religiosos más importantes del planeta, no guarda apenas relación con la fisionomía de la ciudad antigua. Siglos de guerras y asedios han ido borrando las huellas del pasado hasta desfigurar la ciudad que conoció Jesús. Muy pocos de los lugares que se ofrecen al visitante como emplazamientos de los hechos destacados de la vida del Maestro ofrecen cierta verosimilitud, y su interés radica en que fue en estos lugares donde una dudosa tradición estableció el suceso. Sin embargo, en este documento no pretendemos entrar en las discusiones arqueológicas sobre lugares venerados por los creyentes, sino tan sólo ofrecer una perspectiva de lo que la investigación erudita ha podido constatar. En un futuro estudio abordaremos la cuestión de la veracidad de esos lugares.
Descripción general
La ciudad santa era, como muchas ciudades importantes de la época, una ciudad amurallada. La totalidad del núcleo urbano aparecía rodeado de un muro que le daban un aspecto alargado de norte a sur. La parte septentrional contaba con dos muros, uno dentro del otro: el primer muro norte o viaducto, que partiendo de la cara oeste del Templo llegaba hasta la fachada norte del palacio de Herodes y los comunicaba a ambos por el pasaje superior del muro; y rodeando éste, y abarcando una amplia zona hacia el norte, el segundo muro norte.
Las edificaciones eran por lo común de una planta baja con un terrazo superior o desván no habitable, o de dos plantas, para los judíos más pudientes. Entre estas viviendas sobresalían, imponentes, dos construcciones de espectacular envergadura: uno era el gran recinto del Templo (centro religioso y espiritual) con la fortaleza Antonia, y otro el palacio de Herodes el Grande (centro gubernamental). Toda la ciudad se hallaba atravesada, de norte a sur, por una depresión o cauce llamado el valle de Tyropeón (en hebreo hagai). A ambos lados la población se asentaba sobre varios montículos. Los montículos orientales eran el monte Moria, al noreste, sobre el que se asentaban el Templo y la fortaleza Antonia, y el monte Ophel, en el extremo sureste de la ciudad, y que en tiempos antiguos fue donde se asentaba la Ciudad de David o Jebús. El montículo occidental era el monte Sión, sobre el que se emplazaba el palacio de Herodes.
Rodeando la ciudad santa se disponían varias torrenteras o cauces. Entre la muralla este y el monte de los Olivos (llamado en griego Eleona y en romano Olivete) estaba el llamado cauce del Cedrón, que discurría por el el valle de Josafat, y al sur y oeste, el valle Hinnon o de la Gehenna, en cuya vertiente sur se hallaba ubicado el basurero de la población.
Las edificaciones, limitadas por estos encajonados valles, se había tenido que extender hacia el norte, única dirección posible. En tiempos de Jesús, esta parte de la ciudad era relativamente nueva, y se disponían en ella barrios ricos y nuevos, y muchos huertos. En aquella época no se había iniciado la construcción de una muralla que rodearía aquella zona, la tercera muralla norte, y que edificó varios decenios más tarde. Hacia el norte se hallaba otro monte alto, el monte Scopus (llamado así por la palabra griega skopein = observación, vigía).

Las puertas

Para cruzar el recinto amurallado se disponían de unos pocos portones o puertas, que atravesaban la muralla. En la zona norte había cuatro: la puerta de las Ovejas, que atravesaba directamente el muro del Templo y comunicaba con la zona del Patio de los Gentiles, donde se hacía la venta del ganado y los productos para los sacrificios y tenían su mercado los cambistas; la puerta de los Peces, llamada así porque allí colocaban sus puestos los mercaderes paganos (fenicios) que traían el pescado; la puerta de los Jardines, que conducían hacia los huertos situados en la ciudad nueva; y la puerta Vieja, muy próximas a la anterior, y por las que se accedía al barrio nuevo de la ciudad.
En la parte oeste había dos accesos: la puerta de Efraím, cercana al famoso peñasco del Gólgota, y la puerta de Lydda, situada cerca de un acceso por el que se podía atravesar el primer muro norte o viaducto.
La zona sur disponía de tres puertas: la de la Basura, la de los Esenios, y la de la Fuente, esta última llamada así por encontrarse en dirección a En-Roguel, lugar donde existía un manantial.
En la cara este se disponían cuatro portones: el de las Aguas, el de los Caballos, el Oriental, y el de los Jueces. Los tres últimos eran poco frecuentados para entrar en la ciudad porque obligaban al caminante a subir por unas empinadas vertientes que formaba el cauce seco del Cedrón

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