Usar sarcasmos incrementa la capacidad de aprendizaje, creatividad, memoria y resolución de problemas.
Aunque tiene mala fama entre quienes profesan la corrección política y la corrección de las formas y el trato social, el blog PijamaSurf nos muestra cómo el sarcasmo es uno de los recursos lingüísticos y de convivencia más refinados, una habilidad que para algunos es signo de inteligencia o al menos de agudeza, de ingenio, por utilizar las categorías tan preciadas del barroco y sus motivos artísticos. Desde cierta perspectiva el barroco demuestra presteza de mente, inventiva, cierta actitud lúdica frente al mundo, a veces, sí, en detrimento de otros, pues la burla es en casi todos los casos tanto la causa como la consecuencia de una expresión sarcástica.
Por esto mismo, lejos de la moralidad, el sarcasmo es un fenómeno psicológico y cognitivo que merece cierto interés o curiosidad a propósito del desarrollo de nuestro cerebro y cómo este, al percibir la realidad que compartimos con otros, nos permite ingresar en una zona común donde ocurre la compresión y la codificación del lenguaje y sus muchos niveles de sentido en una manera recíproca.
En este sentido, es más o menos común que a quien no entienda el sarcasmo usualmente se le considera una mente inocente, poco maliciosa, sin la experiencia necesaria para detectarlo. De ahí que, por ejemplo, sea un hecho comprobado que los niños, efectivamente, no sean capaces ni de comprender ni de formar por sí mismos un comentario con esta intención. Y no se trata solo de circunstancias sociales.
De acuerdo con Esther Inglis-Arkell, del sitio io9, entre los 8 y los 9 años el cerebro de los niños solo reconoce el sarcasmo por la entonación que se le da a la frase, la cual se asocia y se distingue de otras emociones expresadas y escuchadas así en otras personas. En esta edad, el espectro de inflexiones reconocibles es más bien limitado a un puñado de estados anímicos más bien elementales: alegría, enojo, tranquilidad, neutralidad también.
Sin embargo, conforme el cerebro se desarrolla y, particularmente, las habilidades sociales, el sarcasmo se disocia de su cualidad vocal y se reconoce por el sentido y la intención, dos propiedades lingüísticas que requieren que una persona sea capaz de imaginar la manera de pensar de otra (hasta cierto punto), de elaborar un proceso cognitivo relativamente complejo mediante el cual entiende lo que el otro quiere decir. En una palabra: empatía; cualidad que comienza a refinarse cerca de los 11 o 12 años.
Y esa, quizá, es la gran paradoja del sarcasmo: para poder entenderlo, para codificarlo y aun para que una persona pueda ejercerlo, requiere ser notablemente empático.
Fuentes y agradecimientos: PijamaSurf
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