El papa argentino salió de Roma este lunes poco antes de las 09H00 (07H00 GMT). Fiel a su reputación de sencillez, llegó al avión cargando él mismo su equipaje de mano, un gran maletín negro.
En Rio, monjas y sacerdotes de largos hábitos y peregrinos con camisetas y mochilas con los colores de la bandera brasileña ya se pasean por las calles, listos para la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), el "Woodstock católico" que el papa presidirá en su primer viaje a la región donde nació y vivió casi toda su vida, y a la que asistirán cerca de 1,5 millones de personas del 23 al 28 de julio.
El papa argentino, que defiende una Iglesia austera, cercana a los pobres y al pueblo, ha intensificado su agenda ante el anuncio de varias protestas durante su visita, insistiendo en pasearse por el centro de Rio en un papamóvil descubierto inmediatamente después de su llegada, prevista para las 16H00 locales (19H00 GMT).
El Vaticano asegura que el pontífice no está preocupado por las protestas y los expertos señalan que su discurso de reforma de una Iglesia en crisis, contra el derroche y en defensa de los más desposeídos, está en sintonía con el de los manifestantes.
El operativo de seguridad, no obstante, contará con unos 30.000 militares y policías.
En sus siete días en Brasil, el primer papa latinoamericano, de 76 años, hará un discurso multitudinario en la playa de Copacabana, visitará una pequeña y gris favela de Rio y también Aparecida, el mayor santuario católico de Brasil, se reunirá con presos, con adictos al crack, con los astros del fútbol brasileño Pelé, Neymar y Zico y con miles de peregrinos.
Durante su reunión en la noche con la presidenta Dilma Rousseff en el palacio Guanabara, el grupo Anonymous Rio ha convocado vía redes sociales una protesta contra los 53 millones de dólares que cuestan a contribuyentes brasileños su visita y la JMJ, mientras los ateos protestarán por el mismo motivo y han llamado a un "desbautismo" colectivo.
El hartazgo con la corrupción arraigada en la clase política y la pésima calidad del transporte, la salud y la educación públicos mientras se gastan millones en estadios para el Mundial de fútbol 2014, llevaron a más de un millón de brasileños -sobre todo jóvenes de clase media- a protestar en las calles en junio, en plena disputa de la Copa Confederaciones.
Las protestas terminaron muchas veces en enfrentamientos violentos con la policía y saqueos y destrozos, la última de ellas el jueves pasado en Leblon e Ipanema, dos de los barrios más ricos de Rio.
Católicos brasileños como Adilson de Sena, de 60 años, que alquila sillas de playa y vende cerveza y caipirinha en la playa de Copacabana, llaman a los gobernantes a seguir el ejemplo de austeridad del papa.
"Los gobernantes tienen que sensibilizarse con el papa e invertir más en el país. No se precisaba todo esto", dice de Sena señalando el enorme escenario donde Francisco dará la bienvenida a los jóvenes de la JMJ el jueves.
Edina Maria Pereira Lima, una cocinera evangélica de 49 años, padece en carne propia varios de los problemas del país: necesita hacerse exámenes pero no puede pagar un seguro médico y su cartera le fue robada la semana pasada.
"El gobierno está poniendo una fachada para que el mundo vea lo mejor de Brasil. Pero detrás de esta fachada, hay gente muriendo en hospitales", se lamentó mientras pasaba el domingo en la playa, junto al podio que recibirá al papa.
Francisco aprovechará la JMJ para hacer hincapié en la tarea misionera de la Iglesia e intentar revitalizarla en Latinoamérica, su mayor feudo pero donde pierde terreno desde hace tres décadas, sobre todo frente a los evangélicos pentecostales.
"Tenemos un papa jesuita que es eternamente sencillo, humilde, que revolucionará la Iglesia católica. Su mensaje es que seamos como Cristo", dijo a la AFP Antonio Prada, un venezolano de 27 años, mientras paseaba por la playa de Copacabana vestido con los colores de la bandera de su país.
Un 64,6% de los brasileños son católicos, según el censo de 2010, contra 91,8% en 1970. Y una encuesta de Datafolha divulgada el domingo indicó que actualmente representan solo 57% de la población de 194 millones, mientras 28% son evangélicos.
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