Es el club de las
primeras damas del Golfo, un fenómeno llamativo si se contempla desde el
conservadurismo feudal de la región, y en el que algunos quieren ver un gesto
de apertura y otros más una cuestión de estilismo, como si las royals locales no pudieran sustraerse al magnetismo de la
glamurosa Rania de Jordania.
Pero al lado de Mozah o
Haya, enésimas esposas de los gobernantes de Qatar o Dubai -se desconoce el
número exacto de coesposas de cada uno de ellos-, hay otras primeras damas que
se pliegan a la tradición de la zona: la del ostracismo de la vida pública, que
las condena a no tener derecho a la existencia. El perfil velado de la jequesa
Sabika bint Ibrahim de Bahrein o la invisibilidad de la jequesa Fatima bint
Mubarak, viuda del emir de Abu Dabi, son dos ejemplos del lado oscuro.
Pese a que la última
ostenta el título oficial de Madre de la Nación, nadie logra ponerle cara: está
prohibido fotografiarla o filmarla, y no tiene biografía oficial. No se sabe
dónde nació, qué edad tiene o cuántos hijos dio al emir. Sólo consta una cosa:
que, a pesar de no ser la reina madre -el actual gobernante de Abu Dabi,
Khalifa Bin Zayed al Nahyan, es hijo de otra de las coesposas de su marido-, su
ascendiente sobre el país supera con creces el del aquél.
Una cortesana de origen
extranjero que frecuenta el palacio desgrana la escasa información existente
sobre la jequesa Fatima amparada en un obligado anonimato. “No fue la primera
esposa del emir, pero sí la favorita. Éste se prendó de ella cuando la
descubrió, durante un viaje por el país, en una tribu del desierto. Tenía 13 años
y era analfabeta. La jequesa aprendió a leer y escribir una vez casada. Desde
entonces respalda iniciativas educativas. Y el hecho de haber tenido que
compartir a su marido con otras mujeres le hace ver el harén con desagrado: no
le gusta que sus hijos tengan varias mujeres”, confiesa esta residente en Abu
Dabi. Imposible contrastar la información: hablar de la jequesa es tabú.
En el amplio trecho que
va de la abaya (túnica
negra tradicional) a los modelos de Versace que luce en sus apariciones públicas
en Occidente la jequesa Mozah, estas mujeres salvan también el abismo que media
entre las tribus del desierto y la galaxia global. Si la jequesa de Abu Dabi no
tiene rostro, Mozah -edad indefinida, licenciada en Sociología, notorio
planchado facial- y Haya -35 años, amazona olímpica, formación oxoniense-
disponen sin embargo de página web, o como quiera llamarse el incensario virtual que da cuenta de sus
múltiples actividades sociales.
Mozah, la única mujer pública del jeque Hamad Bin Khalifa al Thani, es enviada
especial de la Unesco para la Educación Básica y Superior y, desde 2005,
miembro del Grupo de Alto Nivel de la Alianza de Civilizaciones. Pero su fuerte
es el ámbito educativo. En 2003 impulsó la constitución de un fondo
internacional para la educación superior en Irak, y en su país amadrina la
Ciudad de la Educación, un megacampus situado a las afueras de Doha con
facultades de las mejores universidades estadounidenses, como Carnegie Mellon o
Georgetown. La jequesa ha recibido doctorados honoris causa de todas ellas. Y la revista Forbes la incluyó en 2007 en la lista de las 100 mujeres más
influyentes del mundo.
El matrimonio del jeque
Mohamed Bin Rashid al Maktoum con la hermanastra del rey Abdalá de Jordania,
Haya, ha hecho ganar peso político a Dubai, y multiplicado el atractivo del emirato.
Haya, 25 años menor que su esposo, es la madre de su decimonoveno hijo.
Embajadora de buena voluntad del Programa Mundial de Alimentos de la ONU y
presidenta de la Federación Hípica Internacional, Haya, que en su juventud
frecuentó los hipódromos españoles, es un valor añadido por su proximidad al
reino hachemí.
“Todas estas primeras
damas constituyen una importante baza a la hora de vender el Golfo a los
inversores extranjeros, pero no es sólo una cuestión cosmética. Y aunque la first lady de Qatar sea, con diferencia, la más exhibicionista, por
así decirlo; la más aficionada a las cámaras, tras esta proyección mediática,
inédita en la región, está una realidad inapelable, la de que estos países
están acortando la brecha de género”, dice Mohamed Youssef, consultor
internacional con base en Abu Dabi.
Así, entre los vectores
de negocio de los pequeños Estados del Golfo no sólo figuran el petróleo o los
rascacielos imposibles, también el glamour. Es ahí donde entran en juego estas mujeres, auténticas imágenes de marca
a la hora de atraer inversiones, cosmopolitismo y eventos sociales. O sea,
negocio.
Aunque la imagen, a
veces, no lo es todo. En noviembre pasado, el hotel Emirates Palace de Abu
Dabi, un siete estrellas colosal, acogió la segunda cumbre de la Organización
de Mujeres Árabes bajo el patrocinio de la jequesa Fatima bint Mubarak. Entre
cenas de gala y besamanos sólo para mujeres -los hombres fueron recluidos en
edificios aparte-, las sesiones de trabajo eran retransmitidas por circuito
cerrado de televisión. A la cita acudió lo más granado del papel cuché
oriental: la esposa de Mohamed VI de Marruecos, la siria Asma al Assad y la
reina de Jordania, entre otras. Rania, falda lápiz, stilettos y delgadez de astilla, reinaba cual top model entre un enjambre de fotógrafos y cámaras… hasta que
llegó la jequesa Fatima. Fundido en negro. Plano fijo castigado de cara a la
pared. La jequesa, menuda, cetrina, vestida de negro de la cabeza a los pies y
luciendo un bocado de cuero repujado sobre la mandíbula -un signo de sumisión
en algunas tribus del desierto-, logró eclipsar a la reina de corazones.
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