El año de
nacimiento de Jesucristo reinaba sobre toda Palestina Herodes el Grande, hijo
de padre idumeo y de madre árabe. Este Herodes, con el auxilio de Roma, se
apoderó de Jerusalén el año 37 antes de Jesucristo. Y reinó en Palestina hasta
su muerte, acaecida durante el destierro en Egipto de la Sagrada Familia. Con
el fin de congraciarse con los judíos, restauró el templo de Jerusalén,
agrandándolo y embelleciéndolo magníficamente, de tal manera que aun sin estar
terminadas del todo las obras en tiempos de Jesucristo, era la admiración y el
orgullo de sus contemporáneos. En su muerte, repartió Herodes sus estados entre
tres de sus hijos: el mayor, Arquelao, legaba Judea y Samaria con el título de
Rey; a Antipas, Galilea y Perea (este Herodes Antipas fue el que hizo degollar
al Bautista y escarneció a Jesucristo en su pasión); a Filipo, los distritos
del noreste (Batanea, Traconite y Paneas). Arquelao, a causa de sus crueldades,
fue desterrado por Augusto a Viena de las Galias, donde murió el año 6 de
nuestra Era. Desde entonces Judea y Samaria, que constituían sus Estados,
quedaron definitivamente bajo el dominio directo de Roma, y gobernados por
procuradores romanos. Hasta la muerte del Emperador hubo tres de estos
gobernadores; y después, durante el reinado de Tiberio, otros dos: Valerio
Grato (del 15 al 26 d. de Jesucristo) y Poncio Pilatos (del 26 al 36 d.C.).
Según San
Lucas 3:1, el ministerio de Juan el Bautista comenzó en el año quince del
imperio de Tiberio César, o sea en 29 d.C. Durante su reinado nombró a Pilatos
gobernador de Judea y diez años después lo destituyó; más o menos a la mitad de
ese decenio, Pilatos ordenó la crucifixión de Jesús. Algunas fuentes cristianas
refieren que Pilatos envió al emperador un informe sobre el juicio y la
ejecución de Jesús, pero no hay pruebas de que Tiberio haya tenido noticia del
surgimiento de la nueva fe.
Situación
religiosa:
Fue el mismo
Dios el que, hallándose los hebreos acampados en la falda del Sinaí, después de
su salida de Egipto, y luego de comunicarles su santa ley y de establecer con
ellos una nueva alianza, por medio de Moisés, les dio una constitución
religiosa, que fuese capaz de conservar en medio del mundo pagano el tesoro de
la divina revelación, que en la plenitud de los tiempos se había de comunicar a
todas las naciones.
El Templo de Jerusalén:
El centro
del culto lo constituía principalmente el Templo de Jerusalén; el Templo
primitivo fue construido por Salomón y destruídos sin piedad por los soldados
de Nabuconodosor en 588; pero fue reconstruído por Zorobabel, a la vuelta del
cautiverio de Babilonia, en el mismo sitio del anterior, en lo alto del monte
Moria; aunque sin el esplendor y magnificencia del antiguo templo. Este segundo
templo fue el que agrandó y embelleció Herodes el Grande. La parte más exterior
del templo la formaban una serie de atrios y vestíbulos de gran capacidad; lo
más interior del templo estaba formado por dos recintos llamados el Santo y
Santo de los Santos. En el Santo se hallaba un pequeño altar de oro, sobre el
que mañana y tarde se quemaban unos granos de incienso, y el candelabro de
siete brazos y la Mesa para los panes de la Proposición, ambos también de oro.
El Santo de los Santos era el lugar santísimo, que se componía de una sala
cuadrada de unos veinte codos por cada uno de sus lados. Aquí sólo podía entrar
el Sumo Sacerdote una vez al año, el día de la Expiación, donde hacía breve
oración por su pueblo. Un espeso velo cubría la entrada. En otro tiempo, en el
primer templo, ocupó este lugar el Arca de la Alianza. (P.Valentín Incio
García, 1941)
Monumentos de Jerusalén:
La sequedad
de la naturaleza en los alrededores de Jerusalén debía contribuir al desagrado
de Jesús. Los valles carecían de agua; el suelo, árido y pedregoso. Cuando se
domina con la vista la depresión del Mar Muerto, el espectáculo es abrumador,
monótono. Solamente sostiene la mirada la colina de Mizpa, con sus recuerdos de
la más vieja historia de Israel. En tiempos de Jesús la ciudad presentaba poco
más o menos el mismo aspecto que hoy. No tenía muchos monumentos antiguos, ya
que, hasta los asmoneos, los judíos permanecían ajenos a todas las artes; Juan
Hyrcano había comenzado a embellecerla y Herodes el Grande había hecho de ella
una ciudad magnífica. Las construcciones herodianas rivalizaban con las más
perfectas de la antigüedad por su carácter grandioso, por su perfecta ejecución
y la belleza de sus materiales. Multitud de tumbas, de gusto muy original, se
levantaban cerca del templo en los alrededores de Jerusalén. Estos monumentos
eran de estilo griego, apropiado a las prácticas de los judíos y modificados
considerablemente según sus principios. Los ornamentos de escultura viviente
que los Herodes se permitían, con gran disgusto de los rigoristas, eran
desterrados en ellos, reemplazándolos por una decoración vegetal. El gusto de
los antiguos habitantes de Fenicia y Palestina por las construcciones
monolíticas talladas en la roca viva parecía revivir en estas singulares tumbas
cortadas en los peñascos, y en las cuales los estilos griegos están magistralmente
aplicados a una arquitectura troglodita. Jesús, que miraba las obras de arte
como un pomposo alarde de vanidad, veía todos estos monumentos con malos ojos.
Su espiritualismo absoluto y su opinión firme hacían que la estampa del viejo
mundo le pasara desapercibida.
Sacerdotes:
[...] Los
hombres más célebres del Talmud no son sacerdotes; son sabios según las ideas
del templo. Sin embargo, el alto sacerdocio del templo tenía un rango muy
elevado en la nación; pero no estaba enteramente a la cabeza del movimiento
religioso. El soberano pontífice, cuya dignidad tanto había envilecido Herodes,
se convertía cada vez más en un funcionario romano, que era revocado con
frecuencia para hacer posible que el cargo aprovechara a todos. En oposición a
los fariseos, celadores laicos muy exaltados, los sacerdotes eran casi todos
saduceos, o sea, miembros de esa aristocracia incrédula que, habiéndose formado
en torno al templo y viviendo del altar, veía en él sólo la vanidad. La casta
sacerdotal estaba a tal punto separada del sentimiento nacional y de la
verdadera dirección religiosa, que el pueblo identificaba el nombre
"saduceo" (sadoki), que en principio designaba simplemente a un
miembro de la familia sacerdotal de Sadok, con el de "materialista" y
"epicúreo". (Renán, Vida de Jesús)
Documentos sobre Jesús:
Las noticias
que sobre Jesús nos proporcionan los historiadores antiguos son escasísimas,
por no decir nulas. El historiador judío Flavio Josefo sólo hace, en su
celebrada obra, una breve referencia a Jesús (e incluso se sospecha que ese pasaje
fue añadido mucho después); y eso que su padre (el de Josefo) tuvo que ser
testigo de todos los milagros del Maestro. Mas en vano buscaremos en la crónica
del historiador judío la menor alusión al decreto de Herodes, a los magos o a
la estrella que los guió; nada tampoco del oscurecimiento del cielo el día de
su muerte y ni una palabra sobre su resurrección. En los historiadores romanos
son nulas, asimismo, las referencias a tales acontecimientos, y eso que resulta
fácil comprender lo verdaderamente prodigiosos que habrían sido aquellos
sucesos acaecidos durante el reinado de Tiberio. Tácito, Suetonio o Plinio no
dan sino algunas informaciones vagas y breves, y ello para decir simplemente
que era común la creencia de que Jesús había sido un personaje histórico.
Tácito, por ejemplo, habla de un Cristo ajusticiado en tiempos de Tiberio, y se
refiere a las circunstancias que rodearon su muerte como un conjunto de
supercherías que acabaron por llegar a Roma. Los famosos Rollos de Qumram no
dicen ni una sola palabra de Jesús. Y el Talmud poca cosa: simplemente que era
de Nazaret. Tal parece, como escribiera Voltaire, que: «Dios no quiso que estos
acontecimientos divinos los escribieran manos profanas (que) Dios quiso
envolver con una nube respetable y oscura su nacimiento, su vida y su muerte».
(A.Fdez.Tresguerres)
Jesús solo en Jerusalén:
[...] Desde
este monte, llamado Getsemaní, que es lo mismo que decir de los Olivos, se ve,
desdoblado magníficamente, el discurso arquitectónico de Jerusalén, templo,
torres, palacios, casas de vivir, y tan próxima parece estar la ciudad de
nosotros que tenemos la impresión de poder alcanzarla con los dedos, a
condición de haber subido la fiebre mística tan alto que el creyente y
padeciente de ella acabe por confundir las flacas fuerzas de su cuerpo con la
potencia inagotable del espíritu universal. La tarde va a su fin, el sol cae
por el lado del mar distante. Jesús comenzó a descender hacia el valle,
preguntándose a sí mismo dónde dormirá esta noche, si dentro, si fuera de la
ciudad, las otras veces que vino con el padre y la madre, en tiempo de Pascua,
se quedó con la familia en tiendas fuera de los muros, mandadas armar
benévolamente por las autoridades civiles y militares para acogida de
peregrinos, separados todos, no sería preciso decirlo, los hombres con los
hombres, las mujeres con las mujeres, los menores igualmente separados por
sexos. Cuando Jesús llegó a las murallas, ya con el primer aire de la noche,
estaban las puertas a punto de cerrarse pero los guardianes le permitieron
entrar, tras él retumbaron las trancas de los grandes maderos, si Jesús tuviera
alguna afligida culpa en la conciencia, de esas que en todo van encontrando
indirectas alusiones a los errores cometidos, tal vez le viniera la idea de una
trampa en el momento de cerrarse, unos dientes de hierro clavándose en la
pierna de la presa, un capullo de baba envolviendo la mosca. Pero, a los trece
años, los pecados no pueden ser ni muchos ni terribles, todavía no es el
momento de matar ni robar, de levantar falso testimonio, de desear la mujer del
prójimo, ni su casa, ni sus campos, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey,
ni su jumento, ni nada que le pertenezca, y siendo así, este muchacho va puro y
sin mancha de error propio, aunque lleve ya perdida la inocencia, que no es
posible ver la muerte y continuar como antes. Las calles se van quedando
desiertas, es la hora de la cena en las familias, sólo quedan fuera los
mendigos y los vagabundos. (José Saramago, El Evangelio según Jesucristo)
No hay comentarios:
Publicar un comentario