Yo creo que uno muere de acuerdo a como ha vivido. Me imagino siempre la torre inclinada de Pisa, ¿El día que se caiga, hacia qué lado será? No es difícil acertar. Si en su vida uno hizo su tarea, luchó por lo que valía la pena (ganando y perdiendo batallas pero luchó al fin), y su forma de pensar, hablar y actuar estaba alineada pues asumo que le será más fácil el encuentro final. Un amigo decía que la muerte no es el derrumbe, es solo una liquidación de existencias por cambio de domicilio. Y es que la vida no se pierde, solo se transforma, sólo se cambia, y es un cambio para bien.
Por desgracia, normalmente los únicos que piensan en ella son aquellos que sufren una depresión complicada, ¿pero por qué esperar a eso para cuestionarla? Muchas veces ya es tarde y uno la ve con el deseo de que venga pronto. Enrique Rojas, famoso psiquiatra español, decía que no somos más que personas que habitan una personalidad y de nosotros va a ser lo que nosotros queramos hacer con nuestro proyecto de vida.
Y si, a veces nos llega la depresión – sin duda la enfermedad más importante del estado de ánimo- , también llamada enfermedad de la melancolía y de la tristeza persistente y duradera que se cuela por los rincones del alma y se agarra fuerte. Pues bien, si llega, no nos queda más que aprender a vivir con ella mientras dure, porque no es eterna, así como también, y como lo he dicho en varios posts, nadie es feliz todo el tiempo, o dicho de otra forma, la felicidad absoluta no existe, es una utopía. Lo que hay es una felicidad relativa, que consiste en estar contento con uno mismo, producto de la relación entre lo que se desea y lo que se consigue. Por ello, que importante saber gestionar nuestros deseos.
Mi padre decía que cuando llega el momento de sufrir el dolor, ayuda más un poco de valor que un conocimiento abundante, algo de compasión humana más que un gran valor, y la más leve tintura del amor de Dios más que ninguna otra cosa, así que cuando uno sufre, es el momento ideal para pedírsela.
En fin, si algo nos debiera enseñar la muerte es que hay que aprender a vivir. Amar, pensar, decidir, luchar, reir, abrazar, perdonar, escuchar, creer, hablar son acaso los mejores compañeros de camino. Y es que al final, cuando llega el momento de cruzar el río y ya estamos llegando a la otra orilla, ¿De qué nos arrepentimos? Salvo algún tarado que sólo piensa después de haber actuado, los demás lamentamos aquello que no hemos hecho. Si hubiera cambiado de carrera a tiempo, si hubiera dejado ese trabajo antes, si hubiera callado en aquella discusión, si hubiese amado de verdad, si hubiese luchado más por conseguir lo que quería, si la hubiese besado en esa fiesta, si hubiese ido contracorriente y me hubiese arriesgado más por eso que valía la pena… La cantidad de lamentos puede ser tan grande y tan fuerte que arrase con todo. Entre nuestra vida real, con sus pros y sus contras, compromisos y deberes y la alternativa idealizada, siempre gana esta última. A lo mejor es una comparación irreal, y por ello injusta, pero no deja de ser en muchos casos cierta. Por ello, como decía Santiago Alvarez, “cuando una voz interior susurre acciones y decisiones suficientemente ponderadas y asumidas, lo mejor es seguir sus dictados. Si no, el futuro nos mostrará el presente, hoy, transformado en pasado hipotecante.”
Jorge Luis Borges tiene un poema tremendo, titulado «El remordimiento»:
He cometido el peor de los pecados
Que un hombre puede cometer,
No he sido feliz.
Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan despiadados.
Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz.
Cumplida no fue su voluntad.
Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona, siempre está a mi lado,
la sombra de haber sido un desdichado.
Gracias Jorge Luis, tienes ese don único de escanear el corazón y expresar lo que uno siente con la precisión de un cirujano.
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