El sostenido crecimiento económico de los últimos años es consecuencia de un país emprendedor que ha sabido aprovechar sus potencialidades a partir de la multiculturalidad.
Por Kike la Hoz
El valor del Perú nunca ha estado en duda. El convencimiento de los peruanos es lo que, en diferentes momentos, se ha devaluado. Tiranías caudillistas, exclusión de pueblos indígenas, golpes de estado, pobreza extrema o discriminación han servido para olvidar que este es un país por el que se puede (y se debe) estar orgulloso.
En los últimos tiempos, el crecimiento económico sostenido ha dado lugar a un escenario más esperanzador. Sobre esa base, el país se dinamizó y generó que sectores como la gastronomía, el comercio y el turismo logren un crecimiento inimaginado en años anteriores. La seguridad extraviada en tiempos de terrorismo y recesión volvió a ser parte de una clase media renovada.
El orgullo nacional no tardó en dispararse. Una encuesta nacional de Demus realizada en 2005 ya mostraba que los índices de autoestima nacional se incrementaban: 80% de los entrevistados revelaba sentirse orgulloso del país.
En contraste con las cifras recogidas en los últimos tres años, la mejora es evidente: en 2009, según cifras de Ipsos, el porcentaje de orgullosos se elevó a 91%, y un año más tarde, en el 2010, creció a 95%, y ya en el 2011 alcanzó un sorprendente 96%.
La pregunta, más allá del escepticismo, es necesaria: ¿realmente los peruanos nos sentimos más orgullosos con respecto a hace 15 o 20 años atrás? Primero, es necesario definir ese ambivalente concepto llamado peruanidad.
Según Raúl Castro, antropólogo de la Universidad Católica, con la independencia en 1921 se transfieren valores de las élites criollas. Y más tarde el indigenismo cambiaría la idea de nación. “Recién en la década de los ochenta cuando se dio la fuerza del desborde popular (migración del ande a la ciudad) se reconoce el discurso multicultural”, dice.
Así, en medio de esa explosión multiétnica, el Perú consigue insertarse en la competencia del orden global: “Es en esa tensión que el Perú busca su singularidad: el reconocimiento de la multiculturalidad reflejada en un producto cultural de calidad como es la comida”.
Otro elemento es el legado monumental (Sipán, Machu Picchu y Caral). Y en un plano artístico-cultural, el avance de la literatura peruana a partir de Mario Vargas Llosa, el auge de la cumbia a un nivel más bien popular (Grupo 5 y Juaneco, por ejemplo).
Sin olvidar el poder de los medios, sobre todo la televisión. “Series como Al fondo hay sitio consolidan una vertiente popular que viene desde Los de arriba y los abajo y que nos ayuda a reconocernos”, dice Castro. En la prástica, la llamada estética ‘chicha’ marca casi todo lo que se produce visualmente.
Las expresiones híbridas de la cultura han terminado por consolidar el sentido de peruanidad. “Los últimos 15 años de estabilidad económica nos han devuelto una confianza y orgullo en nuestra bases culturales, porque en este horizonte comparativista global, somos un caso de éxito”, reconoce Castro.
El psicoanalista Jorge Bruce coincide: “Hay razones para sentirse más tranquilos y hasta orgullosos”. Aunque advierte: “Estoy a favor del optimismo, pero no bajo el precio de la negación o el olvido. Hay razones para enorgullecerse pero también hay temas para resolver como la corrupción o el racismo.”
Del mismo modo, el historiador Luis Millones reconoce esta visible mejoría, pero apunta que “aún es muy ambiguo, porque hay problemas a nivel político que generan mucha frustración. Eso no quita que uno se siente bien, por eso creo que son dos caras de la misma moneda”.
¿Soy patriota?
El psicoanalista Jorge Bruce dio algunas luces para reconocerlo.
- En primer lugar, es alguien que lucha contra los principales enemigos de la sociedad peruana: pobreza, corrupción, racismo y discriminación en todas sus formas.
- No se debe confundir a los enemigos de la patria como aquellos creados por cuestiones políticas o históricas (Chile o Ecuador), “que solo sirven para distraernos”, refirió.
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